Yo soy emausiano... y emausiano venezolano
Yo soy de Emaús… Soy emausiano… Yo hice el retiro de Emaús… Nada más decirlo se nos hincha el pecho, y creo que no está mal. Cada uno sabe lo que para cada uno significa decirlo. Sin embargo, ser emausiano en EEUU o en Alemania, no es igual a ser emausiano en Venezuela. Entonces, me pregunto, ¿qué es ser emausiano hoy en Venezuela? Creo que para saber hay que correr al Evangelio de San Lucas y escarbarlo mientras nos escarbamos. Correr y leerlo, pero no con los ojos, sino con las tripas vivas, con la piel a flor de piel, con los ojos del corazón, pero con un corazón según la Voluntad del Señor. He hecho esa tarea y quiero compartir con ustedes qué me dijeron esas líneas. No pretendo hablar con ninguna autoridad, de hecho, pueden hacer caso omiso de cada cosa que escriba. Esto me dijo a mí la historia de los caminantes de Emaús hoy, aquí y ahora.
He aprendido que a veces los Evangelios dicen cosas que no dicen, es decir, que hay algo más allá de lo que dicen. Por ejemplo, los nombres de los protagonistas de cada historia, en nuestro caso hay tres personajes: Cleofás, uno que lo acompañaba y un peregrino, un desconocido y que sólo nosotros, desde el principio sabemos que es Jesús Resucitado. Reparamos fácilmente en Cleofás, pero no en el otro, un perfecto anónimo, un actor de relleno, “un tipo ahí”. Algunos Padres de la Iglesia creen que ese otro es el mismo San Lucas. Sin embargo, no se precisa, de tal manera que es un sin nombre. La clave de este “sin nombre” me la brindó ese peregrino que les llega, los aborda, y que tampoco tiene un nombre, pero se acerca a servirles. ¿A servirles en qué? A levantarles el ánimo ubicándolos nuevamente en la historia de la Salvación. Ese peregrino no da su nombre, no lo dice, cree que no es importante, ya que su nombre es la acción de servir y sirviendo fue reconocido. Cuando partió el pan fue reconocido, en la acción de “compartir” el pan. Sólo allí y no en otro momento. Pudo decir su nombre. Pudo mostrar las huellas de los clavos. Pudo hacer un milagro. Prefirió el silencio y que sus acciones lo presentaran.
Eso me lleva a ver al otro, al “tipo ahí” de manera diferente. Ese sin nombre, ese que quedó sin nombre para la eternidad, sabiéndose un “nadie” se fue de regreso a Jerusalén ¿a qué? a servir, a dar testimonio. ¿No les recuerda esto a María? María, niña pobre, de familia pobre, una entre miles, que trajo en la aceptación del servicio la Salvación a los hombres. La fe hace grande al hombre pequeño. Una vez que es reconocida como la madre del Señor, recuerden las palabras de Isabel, ella no deja de hacer lo que venía haciendo: servir. Y una vez hecha la voluntad de Dios, una vez que el Verbo Encarnado es un hombre que la acompaña a unas bodas, comprende que es Él quien debe actuar y hace algo que para estos tiempos es impensable: no lo publica en Facebook, tampoco en Instagram, mucho menos en Twitter, pues en eso María y yo tenemos un acuerdo: es muy aburrido. ¿Qué hace María? Se hace a un lado, guarda silencio, no volvemos a saber de ella hasta llegado el momento del Calvario. María sigue viviendo. María sigue sirviendo. María sigue ayudando, pero con una prudencia, en medio de un silencio tal que hasta parece que ha desaparecido. ¿No creen que hay algo en común entre aquel peregrino sin nombre, aquel discípulo sin nombre y María que, mientras Cristo actuaba, ella desapareció, quedó sin nombre? La respuesta, al parecer, nos la da San Pablo: No soy yo, es Cristo quien vive en mí.
Ser emausiano hoy es servir sin ser reconocido ni esperar reconocimiento, pues nuestra señal para el mundo es mostrar que la resurrección de Cristo es nuestro servicio. Servir al que necesita es gritar que “en verdad resucitó”. Si no hay servicio y servicio anónimo, por mucho que gritemos, Cristo está muerto, porque lo que habita en nosotros en nuestro ego, nuestro deseo de ser reconocidos, de ser admirados, de ser aplaudidos y utilizamos a Cristo para ello. Ese Cristo no es Cristo, ya que Cristo no está muerto. Ser emausiano es ser una nada, una etcétera, un vacío que sólo cobra sentido cuando es reconocido Cristo en nuestras acciones. Un emausiano es aquel que decide cambiar la ruta y no seguir al mundo que nos lleva vencidos a Emaús, sino aquel que decide ir contra el mundo, ir contra el ego, ir contra nosotros mismos, para seguir a Cristo que nos pide que vayamos a Jerusalén. ¿Qué somos? ¿Un emausiano que va camino a Emaús o un emausiano que va camino a Jerusalén? No contestes, no digas nada, guarda silencio y actúa en consecuencia. Un emausiano hoy, en la Venezuela de hoy, es aquel que logra ver al Cristo que partió el pan aquella noche en cada uno de los que sufren a nuestro lado. Dentro de él está Cristo esperándonos para darnos el pan que aquella noche quedó en la mesa, pues salieron presurosos a dar la noticia de que JESUCRISTO HA RESUCITADO.
Paz y Bien...
También puedes leer mi columna en la Revista Contrapunto llamada Mensaje sin Destino: La fe hace grande al hombre pequeño. http://www.contrapunto.com/noticia/la-fe-hace-grande-al-hombre-pequeno-180429/
Paz y Bien...
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